Introducing,

You might find these a bit hard to cope with. Easy there.
For all intents and purposes, I'm PG-16.
Intake is recommended in small doses to prevent nausea and an overwhelming feeling of sadness.

martes, 13 de julio de 2010

Latekos

Latekos

- Todavía no lo puedo creer, ¿qué es lo que esperan que encuentre aquí? Cuando llegué corría el año 3140. Hoy según mis cálculos está finalizando el 3149... y yo no tengo nada, acá no hay nada. Hace años que murió Linner, ya no tiene sentido que yo me quede.
El profesor Latekos se quejaba. Sabía muy bien que nadie lo iba a escuchar: era imposible oír a un hombre tapado por toneladas y toneladas de rocas y magma, encerrado en una cápsula que lo aislaba totalmente, y a casi cuatrocientos metros de altura.
El capricho del hombre moderno lo llevó a embarcarse, hacía ya ocho años (no nueve, como el creía) en una de las investigaciones mas extremas hasta ese momento: en busca de la bacteria que contiene enzimas ricas en tungsteno, el profesor Latekos y el doctor Linner fueron introducidos en el centro de uno de los  volcanes de la cadena Methana, en la península del Peloponeso, el Kammeni Hora. Al momento en que se condujeron los estudios y se tomaron las medidas para determinar de qué manera se iba a meter a Latekos y Linner en el volcán, éste había estado inactivo por unos 1400 años. El profesor argumentaba que esa cantidad de años, en tiempo geológico, no significaba nada. Estaba muy consciente de los peligros que la hazaña envolvía pero tuvo que ceder a su genio: esa era la oportunidad de su vida, su oportunidad de ser alguien, convertirse en una celebridad del mundo de la ciencia, como soñaba cuando era chico.
El tungsteno estaba comenzando a escasear en la superficie terrestre, y al poder prever que se avecinaba otra guerra mundial, Inglaterra había decidido que era momento de empezar a actuar, ya que sin él no podrían fabricar muchas de las armas que necesitaban. Así fue que dieron con Nikolaos Latekos, un geólogo griego experto en volcanes, y con el doctor Lawrence Linner, biólogo inglés de gran renombre. Desde el primer día, todo eso le había parecido una locura, una locura muy redituable pero locura al fin. El estado inglés había financiado la investigación en el interior del volcán con esperanzas de hallar una nueva fuente de tungsteno en ciertos termófilos. Ridículo, pensaba Latekos, ridículo.
Al comienzo del proyecto todo marchaba de maravillas. La relación, un poco tumultuosa en sus inicios, de Linner y el profesor, estaba empezando a mejorar. Las comunicaciones con el exterior eran diarias y muy satisfactorias. Las cosas avanzaban rápido y los dos expertos, intentando dejar sus egos a un lado, lograron idear un plan de trabajo con el cual organizar las tareas de cada uno. Viviendo en un espacio tan reducido como el que ofrecía la cápsula, el orden y la limpieza eran primordiales. De eso se ocupaba Linner por las mañanas luego de desayunar (o por lo menos, lo que a criterio de ellos eran las mañanas), y mientras, el profesor se preparaba para realizar la recolección de rocas con las que debían preparar las muestras. Al regresar, el doctor analizaba lo que Latekos había logrado recaudar, escribía un informe sobre ello, desechaba lo que no le servía y archivaba los ejemplares que podrían llegar a ser de importancia. La limpieza de la tarde iba por cuenta del profesor, quien aunque no poseía el mismo sentido del orden que su compañero, hacía su mejor esfuerzo. Por las noches realizaban el único contacto con el exterior de su día: el reporte de progresos de la investigación. La comunicación debía ser muy corta y precisa, ya que el tipo de ondas que se enviaban desde la cápsula dentro del volcán eran demasiado débiles.
El equipo funcionó bien por el tiempo que ellos pudieron catalogar como “unos meses”, hasta que, luego de una discusión sobre la calidad de las muestras que el profesor conseguía, los científicos decidieron invertir los roles en la investigación. Linner creía que él podía encontrar algo más útil, ya estaba cansado de desechar todo el material que llegaba a la cápsula, y la expulsión de residuos podía ser perjudicial, era mejor no alterar más el medio en el que se encontraban.
El profesor estaba más que feliz con esa determinación, odiaba la limpieza de las tardes porque era la más exhaustiva. Además, ahora podía mirar más a fondo los preparados y trabajar con las rocas. Al fin y al cabo, esa era su pasión y por ello estaba ahí.
El día del intercambio, Linner se mostró bastante nervioso y ansioso, y  aunque el profesor intentó darle todas las indicaciones posibles y aconsejarlo para que se calme, no lo consiguió. Lo que más le aterraba era la idea de tener que salir, parcialmente, de la cápsula para tener una mayor capacidad de movimiento y así llegar a rasquetear la superficie de rocas más lejanas.   Además, el traje para moverse en el magma era bastante incómodo y asfixiante.
Cuando llegó el momento, el profesor lo ayudó a meterse en el traje, y lo vio abrir la puertilla para salir al magma, lo estaba haciendo bien. Comenzó metiendo cuidadosamente los brazos, y luego la cabeza. Al cabo de algunos segundos Linner ya tenía la mitad del torso fuera de la cápsula, y Latekos veía como, en el intento de llegar mas lejos, sus piernas se movían alternadamente, como tratando de nadar. Pero el movimiento cesó muy rápidamente. Parecía como si se hubiese desmayado. Desde el otro lado de la cápsula el profesor le gritaba:
-Linner, contesta hombre, ¿estás bien?- Pero el doctor no contestó.
Pensó para sí durante algunos minutos. No podía intentar tirar de él, porque el magma entraría e inundaría la cápsula, matándolo también a él. No había manera de mover a Linner sin dejar la puertilla abierta: sólo podía abrirla o cerrarla la persona que llevaba puesto el traje, desde un pequeño botón ubicado en el brazo izquierdo. El profesor resolvió, no muy alegremente, dejar el cuerpo ya sin vida del doctor funcionando como tapón de la cápsula, con esperanzas de que se mantenga en su lugar. “No se moverá”, pensó Latekos, “este hombre realizaría bien su trabajo hasta después de muerto”.
Al regresar a su escritorio en la cápsula intentó establecer comunicación con el exterior. Esperó y esperó hasta que lo atendieran. Según sus cálculos, debían ser aproximadamente las diez de la mañana en la cabina situada al pie de volcán, y no estaba equivocado. “Quizás salieron a comprar algo”, pensó.  Nadie contestó.
Tampoco nadie le iba a contestar. La guerra ya había comenzado.



Mademoiselle Juliettè,

I'm doing this to progess, and if I wanna progress that means this is what I wanna pursue, which means I don't have to think anymore, do I?

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