Ada respiraba su rutina sin otro agravio que el de haber dejado inconcluso el capítulo. Solía dejar las cosas inconclusas, heridas abiertas que sangraban con cada recuerdo, cada olor, cada canción, cada calle.
Entonces no dejó de ser jamás ese ser sangrante, depresivo y deprimido con quien él se topó una vez, en la avenida más concurrida del barrio (país). Llegaba a su casa, comía, escribía algunos versos, versos quejosos, vacíos, y se iba a dormir. Era como un oso que hibernaba. Sin embargo para Ada, él, ese individuo tan atractivo, iba a traerle algo de alegría a sus días, a sus grises vivencias de ciudad, de colegio, de nada en que pensar sino sobrevivir al siguiente día y aguantar, seguir aguantando. Y así como llegó se había ido, así como entró a su vida sin más preámbulos, sin más introducciones, la dejó, aunque nunca había estado con ella más de un par de horas. Era el peor abandono que jamás había sufrido. Y él tenía la culpa de su sufrimiento. Solamente él. Había pasado a ser nada más y nada menos que el objeto de su odio.
MademoiselleJuliettè,
No hay comentarios.:
Publicar un comentario